Aira, Cesar, Cesar Aira, César Aira



César Aira ha realizado como nadie el programa macedoniano (“Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando ‘vida’”) y quienes cuestionan su poética en verdad detestan la literatura. O para decirlo mejor: la literatura les parece muy poco, consideran que la literatura no es sino un medio, un instrumento para referirse a “la vida”, traerla a cuento, remedarla.

Es lógico suponer que para este tipo de lectores Aira debe resultar desesperante. Porque en sus novelas no hay ventriloquía sociológica, política, lingüística, psicológica o sentimental. En las novelas de Aira hay, apenas, literatura, pura peripecia, aventura enloquecida. En las novelas de Aira nos reencontramos con el dichoso instante del “había una vez” que nos devuelve a la infancia, al origen de todos los relatos. Había una vez: algo nos va a ser contado y será algo extraordinario, estamos en ascuas, a un paso de la felicidad de escuchar una nueva historia.

En La Princesa Primavera, como siempre pero, quizá, más que nunca, Aira se desentiende de los personajes –esa frivolidad–, de la realidad –esa patraña– y de cualquier determinación ajena al relato, a su inagotable proliferación. De una vieja metáfora militar surge un “personaje”, el General Invierno, y, con naturalidad, su antagonista, la Princesa Primavera. Va a haber una guerra, no bacteriológica sino más bien meteorológica. En el medio, una inesperada pero irrefutable teoría según la cual los únicos que aman la lectura desinteresadamente, sin segundas intenciones, son los lectores de novelas “chatarra”.

La Princesa Primavera es una fábula con todas las de ley, aunque se trata de una fábula sin moraleja. El ejército del General y el no ejército de la Princesa están a punto de enfrentarse. ¿Quién será el vencedor?

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