Aira, Cesar, Cesar Aira, César Aira

César Aira pasó treinta días encerrado en una biblioteca, tentado por el diablo, y cuando salió de ahí propagó un eslogan demoledor: los que me lean a mí no morirán. Yo le creí. Lo vengo leyendo desde sus primeros libros aunque, más de una vez, por la versatilidad y cantidad de su producción, le perdí el rastro. ¿Tal cosa no pasaba en un libro de Aira?, me pregunto cuando mi memoria mezcla al tuntún sucesos de sus novelas, que aparecen bajo diferente luz según cómo y cuándo los recuerde. En La guerra de los gimnasios, por ejemplo, el protagonista dice que se inscribe en un gimnasio para producirles “temor a los hombres y deseo a las mujeres”. A medida que avanza el relato, una escritura naturalista, simple, va mutando hacia un estado inverosímil, fantástico y muy divertido. César Aira es un gran lector crítico de Borges y también de Arlt. Por momentos, me parece que suele samplear a Arlt agregándole todo el humor que ese autor no se permitía. De Borges tiene, sin duda, la absoluta creencia de que la literatura es lo único que nos salva en esta vida. En ese sentido, Aira —a pesar de hacernos reír a granel— es el escritor argentino más serio que existe. Querido lector: si las contratapas sirven para algo, me gustaría decirte que abras este libro inmediatamente y te dejes llevar por el autor sin preocuparte mucho de ver hacia dónde va. Que te olvides de los deseos y ansiedades y que salgas al encuentro de lo que menos abunda en el mundo actual: la experiencia. Porque solo los grandes escritores como César Aira son los que pueden traficar esa cualidad que en nuestra época se asemeja a tener un alma.

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